Diálogos de ciudad

Letras de una abogada
6 min readApr 8, 2021

— ¿Qué piensas de la ciudad? — pregunta él.

— Creo que el espacio es un determinante, y a la vez, está determinado — responde ella — . Quienes habitan la ciudad evocan en ella material e idealmente representaciones de su memoria.

— Me gusta lo que dices, porque así la ciudad no se constituye de piedra y pavimento. Es también carne: sentimientos, creencias, flujo histórico; en suma, poéticas acumuladas. Por ello, al pensar la ciudad como concepto emergen multiplicidades — enfatiza él.

— En este escenario de complejidad, entender la ciudad desde una sola perspectiva es inútil, ¿no lo crees? — pregunta ella.

— Sí. Hay que acudir a metáforas, símbolos, mitos que expliquen, según la ciudad y su historia, el significado que las calles tienen para quienes la recorren — responde él.

— Sin embargo, esto desencadena una dificultad: de todos los recorridos posibles al describir una ciudad, ¿cuál elegir? — después de un tiempo silencioso ella continua— ¡Qué crisis de identidad es pensar en esto!

— Exactamente. Creo que desde ahí deberíamos hablar porque ese es el problema. Esta ciudad es tan difusa, tan fragmentada, que parece que esa fuera su identidad — señala él.

— Describir la ciudad solo es posible a través de fragmentos. Tal como esta conversación — acuña ella.

— Sí, yo tengo muchos sentimientos ambivalentes con la ciudad. Hay cosas que amo, y otras, más de la gente, que odio profundamente. Amo los árboles nativos de aquí y la relación que teníamos antes con los entornos naturales, y odio la perdida de esa relación.

— ¿Cómo consideras la relación que teníamos antes con los entornos naturales? — pregunta ella con sorpresa.

— Muchas ciudades colombianas no tienen memoria, le han pasado por encima al lugar (a los ríos, cerros, árboles). Han negado su geografía e incluso parte de su historia, para caer en imitación de estructuras. Al negar el lugar, y todo lo que él significa, niegas la posibilidad construir una identidad a través de la memoria — afirma él.

— ¿Historia es lo mismo que memoria? — interrumpe ella.

— No. Aquí hay historia, claro — responde él — pero no identidad. La identidad es la que conforma la memoria. Aquí se vive anhelado ser otra ciudad, otras ciudades. El lugar habla desde las preexistencias: el flujo del viento, los sonidos, los árboles, la calidez, la luz.

— ¡Claro! Existe un acto de habitar más allá del espacio, pero aún con aquellas piezas de ciudad que hábito, no hay nada que pueda representar de mí en ellas, ni ellas en mí. A diferencia de ti, no siento ni contrariedad — dijo ella.

— ¿Me contarías un poco más sobre eso? — pregunta él.

— Bueno, he vivido en al menos seis ciudades diferentes por periodos de tiempo considerables. Para mí, eso significaba que cada año debía cambiar de espacios, personas y objetos. Me acostumbré rápidamente a la adaptación. Pero con el tiempo eso a significado en mí una incapacidad. La incapacidad de generar afectividad, pues, contemplo todo desde su ínfima temporalidad.

— No creo que sea una incapacidad, sino quizá, es una cuestión de tiempo. Ya encontrarás el espacio que vaya llenando eso y el tiempo para recorrerlo hasta que se forje un arraigo. Creo. Ahora que lo pienso, quizás tu amor a las letras sea parte de esa búsqueda de espacio propio— acota él.

— Las letras permiten la creación del espacio, como el poema de Virginia Wolf, permiten la creación de espacios imaginariamente íntimos. En esta ciudad nada me parece particularmente bello, salvo, las flores. La cuales no son constructo de piedra ni pavimento. De hecho, desvaloro la percepción que existe de la flores como elementos meramente ornamentales — continua ella.

— Es que con la belleza de las flores nada compite. Hacer belleza con piedra es difícil, implica algo que yo llamo convocar a la materia. Eso es como quien hace una buena poesía. Es misterioso — acuña él.

— ¿Convocar a la materia? — pregunta ella.

— Sí, porque… ¿cómo explicas un poema o cómo es su proceso de creación? Eso no se puede explicar desde las leyes de la materia. Pero, crear belleza con materia, tampoco es algo explicable fácilmente desde las mismas leyes de la materia. Hay algo que la convoca. Nosotros. Pero eso es misterioso. O a mí me parece misterioso.

— Prefieres que sea misterioso — dijo sonriendo ella.

— Sí, pero es que tampoco puedo explicarlo bien. Cuando yo veo obras de arquitectura o cosas que yo he podido hacer, no se bien cómo las hicieron o como las hice. Es eso.

— Perdón — menciona ella mirando al vacío — aun así no sé entender la ciudad. Es como si fuera de mi habitación nada de lo que constituye esos entornos pudiera ser sentido por mí, y muchas veces, ni comprendido — dice ella absorta en sus pensamientos— .

— Yo he ido armando mis rincones poco a poco en donde cada cosa tiene un significado; así, tú también podrías construir tus propias relaciones con el espacio. Por ejemplo, mi casa soy yo — acota él.

— Creo que no hay mejor aspiración con los objetos que nos circunscriben, que ellos signifiquen. En la ciudad todos los objetos parecieran no tener un conexión significante con quienes la habitamos. Un palpable desinterés es percibido, y este no es otra cosa que un desprendimiento semántico. Además, las lógicas existentes parecieran solo generan en los habitantes la posibilidad de la transgresión. Así, ¿qué sentido tienen? No hay estética, ética o practicidad. Ni hablar de derecho y derechos.

— Como arquitecto tengo la posibilidad de ir armando rincones para otros. Me gusta la idea de ir llenando espacios con significados que pueden ser objetos materiales o valores compartidos. Por ello, no me digas que todo está perdido — interpela él.

— Exacto, tu atesoras el poder de crear la materialidad de la ciudad. Algo de lo que, por título, los demás quedamos excluidos. Quiénes crean la ciudad no son los que la habitan. A los que la habitan solo les es permitido evocarla desde los imaginarios posibles, y como resultado, ensoñaciones.

— La ciudad es un reflejo, y como tal se construye desde intereses, sea desde el Estado, las empresas, la cultura. Todas esas y más variables son también materia para la construcción de la ciudad. Aquí hay dos tipos de ciudad: la formal, que se hace desde las lógicas habituales del mercado que puede ser planificada o no; y por otra parte, la informal, que se hace desde el crecimiento urbano sin planificación, casi siempre por personas de escasos ingresos a las que no les es posible acceder al mercado formal de vivienda, y que por derivación generan su propio mercado — explica él.

— Pareciera que la dinámica de construcción es especulativa, la del máximo provecho de quienes la habitan , sin importar el nivel socioeconómico — acota ella.

Al imaginar los recorridos posibles para describir la ciudad él piensa en el histórico, el político, el psicológico, el técnico constructivo, el social cultural, el determinismo económico, como los ya mencionados. De forma contraría o complementaria, ella piensa que podrían ser caminos con alguna orientación, sin encontrar la propia. Imagina que podría ser de abajo hacía arriba, de norte o sur, tal vez, al revés. Mejor, desde el centro hasta la periferia. ¡Qué literal! Parecía tener un tintero sin pluma. Un espacio sin inspiración, vacío.

— ¿Lo ves? Son diferentes formas de compresión de la ciudad — en voz alta exclamaron los dos.

— Esto da cuenta de la complejidad urbana y nuestros límites — afirma él.

— Límites, sí. Y de todo lo relacionado con él. Después de todo la ciudades son dimensiones estrechas — concluye ella.

Dibujo de Angie Wang

Diálogos entre Alejandro Ordoñez (arquitecto) y Sylvia Villarreal (abogada), intrigados por el sentido de la ciudad. Bucaramanga (Colombia), 1 de abril del 2021.

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